lunes, 9 de junio de 2008

Inverosímil.



Hay una historia griega muy pertinente para hoy. En los tiempos donde nació la música. El harpista componía sus mejores sinfonías y salía al bosque a tocarlas para que las ninfas las escuchen. Un día de las raíces de un árbol viejo, se desprendió su mejor fruto. Una diosa preciosa que no sabía nada de nada ni nadie. El harpista al verla tan ingenua e indefensa, se enamoró perdidamente. Pasó el tiempo y con el ocaso del sol, en el bosque se escuchaba el harpa, su melodía y las danzas de Perséfone. El corazón a los dos les daba tumbos todo el día de verse nada más. Un día pasó que una víbora, mandada por un fauno le dió una mordida mortal a Perséfone en el tobillo, y esta en brazos de su amado falleció. El harpista desesperado emprendió su viaje al reino de Hades donde reposaba el alma de su amada y con una condición pudo recuperarla. Tenía que volver al mundo del bosque sin mirar atrás con la plena confianza de que Perséfone iría detrás de él, cruzó el río, le pagó al barquero el transporte y la duda le comía el alma poco a poco, pero el harpista no volteó, subió mil escaleras, pasó por el campo de almas, y el harpista no volteó. Hasta que en la penumbra dejó de escuchar los pasos del alma de Perséfone y carcomido totalmente por la incertidumbre, el cuello por inercia se voletó respondiendo al vació de sus sentidos y perdió a Perséfone en la oscura ciénaga del mundo de abajo. Y así como el harpista, yo lo perdí todo hoy.



  • Si alguna vez no me vuelven a ver... porque a mí...como a todos se me olvida. Algo va a quedar adentro tuyo siempre, algo que yo te dejé alguna vez.- AC

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