jueves, 11 de diciembre de 2008

Ave María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora y en esta tarde de sol.




Él nunca estaba para responderle. Había levantado la mano temblorosa de los achaques del amor, cogió el teléfono y marcó el número. Antes de que empiece a sonar, colgó. Él nunca estaba en las tardes para responderle. Como toda buena muchacha se quedaba en casa después de las seis, rezaba el rosario de pie y se sentaba puntual a la mesa a comer. A las ocho, prendía una vela por sus pecados y aprovechaba la obscuridad de la noche, para atender las pretensiones de su pasión; pero él nunca estaba para amarla. Y así, la muchacha ojos pardo-clarobscuros, ahogaba en la mirada la llama encendida de la vela, y hasta ver amanecer pensaba en vano sus posibles excusas. Todas las tardes se le cocinaban las ansias de amor en la sartén del cielo y el aceite del sol, solo avivaba más, las nostalgia en su corazón. Veían el mismo sol, sin embargo, él nunca estaba para contemplarlo. El mismo sol, esa esfera imponente en el plano del cielo, ese sol anaranjado y amarillo y rojo y ese mismo sol, que mataba en la tinta de la pluma, la tarde. Y él no estaría nunca,- jamás- para naufragar en ella. Tal vez había rezado mucho y había cansado a Dios, tal vez él nunca de verdad existió. Tal vez él nunca de verdad estaría donde estuvo. Pero ya ¡para qué? De nada servía mirar el sol, anhelarlo todo siempre, como siempre. Por las tardes las voces del rosario sofocaban su alma y guiándose por cada misterio, solo trataba de implorar por qué no estaba nunca; ni lo estaría tampoco porque él nunca estaba para responderle.



  • "Una tarde con los Lastarria, esas mierdas."
  • "No es verdad que vendrá, no es verdad que no vendrá"- Pizarnik

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